Hablar del sistema electoral venezolano implica adentrarnos en una doctrina tecnológica que ellos mismos crearon y dominaron: un modelo pionero en el mundo que permitía realizar un voto digital, mientras las potencias del mundo seguían utilizando un voto físico. Sin embargo, este avance, desarrollado por un gobierno dictatorial, se convirtió en una herramienta peligrosa. Desde que el voto digital se implementó en Venezuela en 2004, la oposición ha tenido menos garantías para tomar acciones frente a las irregularidades electorales presentadas. Posteriormente, todos los candidatos opositores fueron encarcelados.
El temor a un leviatán tecnológico digital es inminente, especialmente si consideramos los temores popularizados por la ciencia ficción. Es fácil imaginar una gran estructura con la capacidad de almacenar datos personales de todo un país, y que estos datos puedan modificar una elección en tiempo real. Las funciones que se pueden realizar con esta información son inimaginables. Analistas con acceso a estos datos podrían perfilar a cada uno de los votantes contrarios al gobierno, incluso crear mapas gráficos de calor de opositores, y rastrear patrones electorales con precisión quirúrgica. Es una herramienta poderosa para un gobierno con intenciones de mantener un control permanente, que el Gran Hermano de Orwell podría envidiar.
Las empresas que administran estos sistemas suelen ser privadas, ya que los estados no cuentan con esta tecnología o simplemente prefieren tercerizar este servicio por lo que implica. En el caso de Venezuela, la primera desarrolladora fue Smartmatic, una empresa fundada por ingenieros del país vecino, que se expandió a más de 25 países gracias a su éxito. Sin embargo, por presión internacional y críticas sobre su transparencia, en 2017 decidieron cesar la prestación de sus servicios en Venezuela. Desde entonces, la proveedora es la empresa argentina Ex-Cle Soluciones Biométricas.
No obstante, este leviatán cojea y tiene un talón de Aquiles: una debilidad que detectó la oposición y que puede poner en jaque la legitimidad del sistema electoral, dejándolo expuesto ante la comunidad internacional. En este sistema digital, existe un documento físico en el que todos los testigos electorales deben registrar su firma. Este sistema de actas electorales es una referencia que la plataforma electoral no podría manipular sin dejar rastro.
Entendiendo lo anterior, surge el as de María Corina: un complicado sistema con miles de testigos electorales y un software que le permite consolidar la información de las actas electorales, analizarlas en tiempo real, y cargar todos estos datos a una plataforma digital. La información que se carga no viola datos personales y es pública, de libre acceso para la comunidad internacional. Maduro y su régimen no esperaban tal jugada. Si las votaciones del CNE generaban sospechas, este sistema podía analizar toda la información en tiempo real, contando con las actas electorales como soporte documental gráfico. Se puede concluir que este as bajo la manga eliminó toda legitimidad de las elecciones fraudulentas. Este ejercicio no es nuevo en el mundo, ya ha sido utilizado por otras campañas en otros países; sin embargo, es el mayor precedente en una campaña internacional. ¿Serán estas plataformas la nueva forma de lucha contra los gobiernos ilegítimos?