Hace ya cien años que la sociedad colombiana se aprestaba a celebrar sus primeros cien años de independencia, o más precisamente, el centenario de la proclamación de independencia de una parte considerable del territorio y la población que hoy entendemos por Colombia.
Esto implica que es momento de ver qué de bueno y qué de malo ha habido durante nuestra existencia como una “nación autónoma”, por decirlo de algún modo. No obstante, es bueno comenzar por analizar cómo la misma reflexión se llevaba a cabo dentro de la sociedad hace cien años.
Para finales de la década de 1900, la sociedad colombiana se recuperaba vertiginosamente de los traumas de la guerra civil, de la de los mil días, y se sentía que se dejaba atrás, en persona suya, a casi todo un siglo de sangrientas contiendas políticas e inestabilidad. Hace un siglo, bajo la dirección de un gobernante que por su buena gestión se perpetuaba en el poder, las fuerzas políticas parecían llegar a una síntesis en la que finalmente primaban intereses primordialmente generales sobre los más particulares de cada partido. Así, se aprecia cómo el gabinete del presidente Rafael Reyes congregaba a importantes figuras de ambos partidos políticos.
De igual forma, hace un siglo Colombia gozaba, junto con el establecimiento de una estabilidad política y del regreso de la seguridad tras el fin de las guerras, de una bonanza económica, impulsada por el mercado del café, que repercutía en el desarrollo de la infraestructura y del aparato económico colombiano.

Así que hace un siglo Colombia se sentía en un momento histórico crucial, cerrando un capítulo sangriento de su historia y volviendo la cara hacia un futuro promisorio en el que las condiciones sociales, económicas y políticas alcanzadas permitirían finalmente construir un Estado y una nación colombianos dignos de las esperanzas de su pueblo.
Cualquier parecido con el presente no es pura coincidencia. Hoy Colombia avanza de la mano de un dirigente, perpetuado en el poder, cuya admirable capacidad, en contraste con gobiernos anteriores, ha favorecido la recuperación de la seguridad, la estabilidad política, la prosperidad económica, y permite soñar con el principio del fin de las desfavorables condiciones sociales de gran parte de la población, con la consolidación de una nación colombiana pujante y con el establecimiento de un Estado capaz de promover a perpetuidad este estado deseable de cosas. Al menos, esta es la percepción de una gran parte de la sociedad, en todos sus niveles.
Es importante contrastar el presente con el futuro, porque hace un siglo nuestra situación era similar, la sensación que los colombianos tenían con respecto a su propia sociedad los llenaba de esperanza tras conflictos interminables, como ahora, y sin embargo, Colombia termina ahora un nuevo siglo marcado por el conflicto, la pobreza, la modernización abrupta y desbocada, las oportunidades desaprovechadas, etcétera. Un siglo francamente deplorable.
“Es importante contrastar el presente
con el futuro, porque hace un siglo
nuestra situación era similar, la sensa-
ción que los colombianos tenían con
respecto a su propia sociedad los lle-
naba de esperanza tras conflictos in-
terminables, como ahora”
La sociedad colombiana necesita estar consciente de su condición, de las características de su pasado que determinan su presente, para no caminar a tumbos hacia un futuro que nunca podrá ser. Lo que depara el nuevo siglo para Colombia es incierto, en gran medida dependiente del devenir del mundo entero, más ahora en el contexto de la globalización. Pero si algo hay que aprender de nuestro pasado es que a la sociedad colombiana le falta más proyección, más visión a largo plazo.

Como hace cien años, es fácil que el momento esperanzador por el que pasa Colombia hoy se difumine prontamente entre proyectos políticos desordenados y mal dirigidos, condiciones sociales, nacionales e internacionales desfavorables, e inclusive es factible, y hay que tener presente, la propensión natural de la sociedad colombiana para desencadenar sangrientos conflictos intestinos.
Colombia necesita pensar con realismo en su futuro, consciente de lo bueno y lo malo que hay en ella, de lo favorable y lo desfavorable que necesariamente le espera.
Una nación, un país, no se construye de la noche a la mañana; pero después de doscientos años casi perdidos es mejor organizarse de una vez y proyectar en la mentalidad de los colombianos el ideal e nación que queremos ser, y la forma en la que lo pretendemos conseguir realmente, así tengamos que trabajar perpetuamente por construir para nuestra descendencia la sociedad que queremos.
El egoísmo y la inepta visión de corto plazo, que ha sido tan característica de los colombianos, en todos los niveles de la sociedad, debe ser reemplazada por la inculcación de un verdadero proyecto de nación. Momentos históricos como este nos deben enseñar a aprender de nuestros errores, en vez de servir para celebrar un nuevo siglo de seguirlos cometiendo es del centenario.