Democracia Digital: Cómo la política ha cambiado, y seguirá cambiando, con nuevas herramientas digitales

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La política como la conocemos en Colombia está atravesando una profunda transformación a raíz de la tecnología y sus nuevas presentaciones, sobre todo en el marco de la inteligencia artificial. En una democracia participativa como la Colombiana, la IA, las redes sociales o incluso una herramienta que se puede entender como sencilla o básica como lo son los grupos de WhatsApp han sido fundamentales para marcar no solo el rumbo coyuntural, sino también el electoral. Esta columna analiza, explora y propone en virtud de la era de la democracia digital.
Arte conceptual creado por Azimov Studios, utilizando generación avanzada de imágenes por IA con técnicas de hiperrealismo cinematográfico y renderizado 8K.

Colombia, un país donde históricamente la política se ha vivido, presentado y materializado en la plaza pública, en titulares de prensa y en las sobremesas de los hogares colombianos (por no mencionar en el monte entre balas), un nuevo escenario ha venido cooptando el poder sobre la democracia silenciosa pero visiblemente: las redes sociales y la tecnología.

La discusión de ‘la cosa política’ que anteriormente, en otra época, se caracterizaba por elocuentes debates en el Congreso de la República entre importantes figuras u hombres de Estado (como la llamada ‘Generación del Centenario’, caracterizada por figuras como Laureano Gómez, Alfonso López Pumarejo o Eduardo Santos) o por los imponentes y grandilocuentes eventos partidistas, ahora se caracteriza por el ágil insulto en un ‘tiktok’ o ‘reel’ de Instagram; por el discurso más explosivo o la intervención más agitada (siempre cerciorándose de no cometer el garrafal error de que alguno de estos videos sobrepase los veinte segundos, para no aburrir a quien goza de semejante contenido, por supuesto). O ni hablar de la plataforma ‘X’, anteriormente Twitter, que logra un hito histórico al ‘democratizar’ el conocimiento y permitir facil acceso a la política, pero conllevando a la más perversa degeneración del discurso y del argumento, solidificando la incesante polarización. La política, como la conocemos, está cambiando. Y con ella, la democracia.

Este fenómeno, cada vez más evidente, ha sido denominado por expertos como Manuel Castells o Clay Shirky como “democracia digital”. No se trata única o exclusivamente de subir contenido de carácter político a redes, o de reaccionar a algún trino; es la incorporación real, masiva, incluso, de herramientas digitales para poder promover desde lo privado la participación ciudadana, el control y veeduría del poder y, sobra decir, el surgimiento de nuevos liderazgos. Es decir, la redefinición misma de la política. Es en este sentido que el impacto de las redes y de la tecnología en la participación de la política ha sido, por falta de un mejor calificativo, disruptivo. Lo vimos, por ejemplo, en virtud del mal llamado “Estallido Social” en 2021, donde jóvenes incomprendidos (muchos pagos o instrumentalizados, como lo sugieren diferentes actores políticos y medios de comunicación) convirtieron a Twitter (ahora X) en un centro de denuncia y a Tiktok en un vehículo de protesta. Lo vemos también cuando una denuncia en redes, como aquellas
realizadas por figuras como Daniel Briceño, por poner un ejemplo, resultan en la destitución o judicialización de un funcionario público, o inclusive cuando un candidato al Senado de la República, como JP Hernández puede ser electo gracias a su estratégico y en gran medida bienfortunado uso de redes. La tecnología, para bien o para mal, se ha convertido mas que una ayuda, en un termómetro y catalizador del sentir público; del pulso nacional.

Así mismo, sería irresponsable hablar del impacto de la tecnología en política y democracia sin cubrir el urgente tema de la Inteligencia Artificial, o IA, que se ha abierto paso de manera contundente en este sistema coyuntural y amenaza con alterar, de manera profunda e irremediable, ha de ser dicho, las reglas del juego electoral. Algoritmos de recomendación, bots y mensajes automatizados, los llamados ‘deepfakes’ hiperrealistas (videos falsos generados con IA de alguna figura política, verdaderamente indistinguible de la vida real) y asistentes de lenguaje con la habilidad de redactar discursos u argumentos, o posicionar mensajes con una precisión incluso quirúrgica están reorganizando la forma en la que se construye la opinión pública. Y lo hacen, en numerosas oportunidades, sin que el colombiano de a pie si quiera se percate de ello.

La IA hoy es capaz de no solo identificar, sino analizar segmentos y movimientos del electorado, anticipar reacciones emocionales e incluso coordinar estrategias de comunicación con una eficiencia que, impopular y debatiblemente, es difícil para cualquier equipo humano igualar. Campañas electorales, tanto en Colombia como en diversas partes del planeta, ya recurren a esta poderosa y novedosa herramienta para dirigir mensajes selectos a audiencias selectas, optimizando discursos y generando propaganda en masa. Esto, objetiva e indiscutiblemente abre una oportunidad inmensa para modernizar la política, pero también nos obliga a plantear distintos interrogantes, sobre todo éticos y morales: ¿Quién (o qué) controla estos algoritmos y procesos?, ¿Qué intereses o propósitos están a cargo de la programación de su lógica?, ¿a qué medida estamos realmente eligiendo de manera libre y democrática si la información que recibimos está diseñada para manipularnos?

La circulación masiva y desproporcionada de noticias falsas, la generación meticulosa de contenido ideológico y, como no, la manipulación emocional amplificada y aumentada por la IA son representativos de un problema; de un problema real. La peligrosa combinación de redes sociales y algoritmos inteligentes le ha otorgado no solo la potestad, sino el poder a actores malintencionados (entiendase como actores no objetivos: ej. Gobiernos, partidos políticos, empresas con ánimo de lucro, etc…) de amplificar o elevar narrativas no necesariamente ciertas, descomponiendo la confianza institucional y polarizando (aún más) al electorado. A esto se le debe sumar el tema de igualdad: no todos los colombianos tienen conectividad, ni las aptitudes tecnológicas que se requieren para protegerse, o aventurarse en estos riesgos… es decir, cuando hablamos de ‘democracia digital’, sobre todo entendiendo que la democracia epistemológicamente debe ser igualitaria, no existe una igualdad de condiciones. El riesgo no es solo moral o técnico… es político.

Pese a estos desafíos (en los que todo colombiano debería reflexionar) los beneficios de una democracia digital inteligente y regulada deben ser comunicados, pues son reales. Naciones como Estonia, por ejemplo, han demostrado que es posible digitalizar el Estado sin recurrir o sucumbir ante el sacrificio de la transparencia, sino por el contrario, fortaleciéndola. En Colombia, aunque aún rudimentario e incipiente, existen plataformas que permiten hacer una veeduría y control serio, consultar diferentes procesos o trámites de lo público e incluso involucrarse en espacios de participación democráticos, sin mencionar el derecho constitucional de todo colombiano de interponer una acción de tutela, que puede hacerse enteramente de manera digital, por ejemplo.

Lo cierto es que el 2026 no solo será un año de importantes decisiones de carácter electoral, sino también una prueba, una representación viva de qué tan preparados estamos como sociedad, como coyuntura para gobernar y ser gobernados, para elegir y ser elegidos en un mundo crecientemente digital e intensamente algorítmica. El accionar de los partidos y candidatos, del elector, y de la relación entre los mismos marcará la diferencia, la apertura hacia el nuevo mundo.

“Hoy más que nunca, la política no se hace solo con tarima y micrófono (sin que dejen de ser importantes), sino que también se hace, necesariamente, con algoritmo y estrategia digital.”

Quien no lo entienda, sencillamente, no solo pierde la elección: se quedó por fuera del debate.

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Diego Arango
Diego Arango
1 day ago

Excelente articulo, pedagógico y actual. Felicitaciones al autor.

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