El triunfo de Donald Trump en la contienda electoral por la presidencia de los Estados Unidos representa un movimiento no solo pendular, sino telúrico, pues es la derrota de las ideas progresistas, representadas en el Partido Demócrata.
Trump en su primer gobierno dejó como hecho, el no haber iniciado guerras, pero en esta nueva fase, recibe un contexto geopolítico muy complejo, la guerra en Ucrania por la invasión Rusa, la guerra en Israel contra Hamas y Hezbolá, las presiones de China a Taiwán poniendo en peligro la independencia de la isla, por mencionar algunos casos.
Además, los conflictos por los movimientos migratorios en Europa y México, la crisis venezolana, las nuevas drogas y el empuje de los carteles en México y Colombia, el terrorismo diluido en diferentes grupos, son la muestra de un mundo alejado de la paz.
Y para finalizar el diagnóstico, Trump recibe un mundo con la amenaza de la guerra nuclear, pues la estrategia de jugar fuerte de Putin ha escalado a ese nivel, con el peligro de una invasión a otros países europeos y la subsecuente amenaza atómica.
¿Puede Trump traer paz?
Incógnita está que es un doble reto para la administración entrante a la casa blanca, pues debe garantizar la primacía económica, militar y política en el contexto mundial y la idea de retirarse de los conflictos internacionales.
Trump parte de la base que, si se interviene en un conflicto militar, EE. UU. debe obtener una ganancia, de lo contrario es mejor no participar.
También tiene claro que hay grupos armados y regímenes políticos que “odian” a EEUU y por tanto un desafío a la seguridad nacional.
Las posibilidades de acción del nuevo gobierno norteamericano están entre opciones como la contención, muy practicada en la guerra fría, el aislacionismo político, y diplomacia de línea dura.
La contención es lograr mantener equilibrios en los diferentes intereses y ajustar en la medida de los desequilibrios, sin pasar a acciones bélicas. Se ponen límites, pero se negocia para restablecer los puntos que se pueden concordar con la contraparte.
No intervenir y hacer una diplomacia básica, comercial y desentenderse de conflictos que resultan no ser tan cercanos a los intereses de EEUU, podría tal vez garantizar cierta paz, pero pondría al Tío Sam en retirada de su papel de potencia y hegemonía mundial.
Finalmente la diplomacia de línea dura, en la cual la economía y la fuerza militar sirven de garrote para proteger los intereses estadounidenses y a su vez lograr imponer agendas a sus contrapartes para que puedan de una forma u otra seguir disfrutando de la amistad norteamericana.
Esta última posibilidad sería la que en un inicio podría practicar Trump bajo la lógica de desmontar la cultura globalista progresista, mejorar la economía y sus capacidades de negociación entorno a ella y finalmente cambiar las visiones y acciones de las asociaciones de países como la ONU, la OMS o la OTAN entre otras , sin embargo los actores internacionales empiezan a ver a EEUU con desconfianza y como un jugador hostil, con lo cual los desencuentros, conflictos diplomáticos estará a la orden del día.
Finalmente el terrorismo, el desbalance Europeo, el conflicto nuclear, China e Irán como un rivales a vencer, más que la misma Rusia, hacen pensar que Trump tendrá un escenario adverso para la paz, y si se adicionan los temas de agenda política como la necesidad frenar la agenda progresista, de replantear la “guerra contra las drogas”, radicalizar la anti migración, y enfrentar la ideología del cambio climático, son otros factores que harán de las aguas no tan pacíficas y por el contrario muy revueltas en el escenario internacional.
La esperanza de la paz no se puede perder, pero esta vez las olas están más grandes y violentas en un mar agitado. Lo que queda es esperar que Trump tenga claro el rumbo y el timonel.