Tras la caída del Telón de Acero, el mundo entró en un profundo debate sobre si el capitalismo había triunfado frente a los modelos marxistas. Francis Fukuyama, en su libro El fin de la historia y el último hombre, planteaba la posibilidad de que el capitalismo se hubiera consolidado como el modelo definitivo. Sin embargo, Fukuyama no habría imaginado que la izquierda lograría reinventarse a partir de las ideas de Gramsci, la Escuela de Frankfurt y, finalmente, de Popper. Esta nueva izquierda trasladó sus batallas al plano cultural, perfeccionándose mediante la creación de nuevas luchas sociales que impulsaron movimientos políticos en un mundo cada vez más permeado culturalmente. Este fenómeno también impactó a las empresas, que, en busca de aceptación en el mercado, adoptaron estas tendencias, lo que más tarde se conocería como el movimiento (woke.)
Desde el mandato de Ronald Reagan, las empresas comenzaron a declinar su apoyo a los movimientos conservadores, volviéndose grandes financiadoras del progresismo. La llegada de las grandes corporaciones tecnológicas acentuó esta tendencia: en 2020, el 60% de las donaciones políticas de las empresas tecnológicas se destinó a campañas demócratas, según el Center for Responsive Politics. Esto marcó un alejamiento de las corporaciones de las políticas tradicionales, mientras las agendas progresistas encontraban un respaldo financiero significativo. Al mismo tiempo, la adopción de políticas ESG (ambientales, sociales y de gobernanza) se convirtió en un estándar corporativo, promoviendo los ideales woke como parte de las estrategias de mercado.
El impacto cultural de este fenómeno no se limitó al ámbito político y empresarial. Un estudio de Pew Research (2021) reveló que el 48% de los estadounidenses considera que las políticas woke están polarizando a la sociedad. En 2022, un informe de The Economist indicó que el 70% de los discursos políticos censurados en redes sociales correspondían a posturas consideradas de derecha.
El panorama era sombrío, y muchos lo asociaron con la visión distópica de George Orwell. Nada parecía cambiar, hasta que ocurrió lo inesperado: el surgimiento de una nueva derecha global. Este movimiento, centrado en librar una batalla cultural, logró unir sectores que parecían irreconciliables, como conservadores y libertarios, liberales y nacionalistas. Todos convergieron dentro del espectro de la derecha.
No obstante, los sectores mencionados no eran suficientes por sí solos. Se requería un motor más poderoso para impulsar un cambio real y hacer girar el péndulo ideológico hacia la derecha. De manera inesperada, magnates tecnológicos dejaron de apoyar financieramente y digitalmente al progresismo. Buscaron acercamientos con los republicanos, financiaron sus campañas y eliminaron el veto digital hacia lo conservador. Aunque es pronto para realizar especulaciones definitivas, los resultados de las últimas elecciones de Donald Trump son una muestra clara de un remezón conservador. El péndulo ideológico ha recibido un impulso significativo hacia una nueva derecha.
Buen articulo
Interesante reflexión