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La columna reflexiona sobre la profunda degradación que ha sufrido la figura del político en Colombia, contrastando el respeto y la admiración que alguna vez caracterizaron a líderes de otra época con la percepción actual dominada por la desconfianza, la burla y la apatía ciudadana. A través de ejemplos históricos y contemporáneos, el texto argumenta que las redes sociales y la inmediatez tecnológica han transformado el debate político en un espectáculo superficial y viral, incentivando el desprestigio colectivo de la clase política. Sin embargo, señala que la crisis de la política es producto tanto de una digitalización mal aprovechada e irresponsable como de décadas de corrupción y promesas incumplidas. La columna concluye que, si bien la tecnología puede ser utilizada para regenerar y educar a la ciudadanía, el rescate del sentido noble y serio de la política depende de una maduración colectiva y del compromiso por reconstruir la confianza institucional.
Arte conceptual creado por Azimov Studios, utilizando generación avanzada de imágenes por IA con técnicas de hiperrealismo cinematográfico y renderizado 8K.

Lejanos aquellos tiempos en donde la palabra “político” evocaba respeto, o inclusive, admiración. No extrañaba ver a figuras como Eduardo Santos o Carlos Lleras, hombres de verbo afilado, formación sólida y una inquebrantable presencia que se imponía hasta en el más desgarrador silencio. O del ‘talante’ de Álvaro Gómez, que fuera de un ideólogo importante de su partido, su índole de catedrático e intelectual lo posicionó como un hombre que despertaba estima y reconocimiento a su trabajo. Eran figuras que, para bien o para mal, liberales o conservadores, o si se quiere, ‘buenos’ o ‘malos’ en su gestión, encarnaban el ideal del servidor público, como tal vez debía siempre concebirse en nuestro modelo occidental republicano: instruidos, con sentido y profundo conocimiento de Estado y, aunque nunca exentos de polémica, siempre elevando el debate nacional por encima del chisme común o, peor aún, por encima del irresponsable pero llamativo discurso explosivo y populista.

Hoy, no obstante, el político promedio en Colombia parece condenado por naturaleza misma a la más caricaturesca ridiculización. Las redes sociales lo han reducido a un blanco facil de la indignación, o inclusive a un simple “influencer” de causas efímeras. Ostentar un cargo público, la investidura, que antes era símbolo de dignidad y de una envidiable preparación, ahora es motivo de burla y desconfianza, y tristemente, una posición hasta vergonzante. ¿En qué momento pasamos de la solemnidad del Congreso a la trivialidad del ‘trending topic’? ¿Cuándo la política dejó de ser asunto de estadistas para convertirse en espectáculo de consumo rápido..? ¿De banales ataques en cortos trinos? No sorprende que, como lo sugiere la encuesta de Gallup, el 82% de los colombianos tenga una imagen desfavorable del Congreso de la República y el 78% desconfíe de los partidos políticos. La apatía es el nuevo denominador en común: la política se percibe como una absoluta payasada, y los políticos, como los payasos de turno. El colombiano de a pie, hastiado de promesas incumplidas y el recurrente escandalo semanal opta por una preferencia hacia el escepticismo o inclusive la indiferencia antes que la activa participación, como se ideó en la concepción misma de la democracia en Atenas (o por no irnos muy lejos, en las distintas asambleas constituyentes de Colombia). La democracia, que fue alguna vez proclamada por la impronta imborrable de Bolívar o celebrada centenares de veces en la plaza pública, ahora se reduce a un “like” en redes.

La tecnología, que prometía democratizar el acceso a la información y acercar al gobernante con el gobernado, terminó por dinamitar los últimos puentes de confianza. La inmediatez de las redes sociales ha convertido el debate público en una competencia de ocurrencias, donde importa más el
ingenio del insulto que la solidez del argumento. Pero este, se debe decir, no es el principal problema per se. Pues todo depende de cómo se utilice la tecnología, pues sería incoherente y en alguna medida hipócrita señalar a las herramientas digitales como los principales culpables cuando la redacción, publicación y lectura del presente artículo se da gracias a las mismas (la tecnología ha degradado la política, sí, pero puede mejorarla). El verdadero problema es el culpable favorito de todo colombiano: los políticos. Pues conscientes de la nueva dinámica y de estas nuevas formas de hacer política, han optado por el show: discursos de veinte segundos, frases de impacto, y una obsesión inclusive patológica, se pudiese argumentar, por la viralidad. El argumento o peor aún, la verdadera construcción de políticas públicas, como suele suceder, quedaron relegados a un segundo plano.

Pero la degradación no es solo culpa de la tecnología. Es también lo que queda de décadas enteras de corrupción, clientelismo y polarización. Lo que los diferencia es que ahora todo queda grabado desde las sesiones del congreso hasta los consejos de ministros ahora también. Todo se viraliza, todo se expone al escrutinio voraz de una ciudadanía progresivamente más impaciente y menos tolerante con la mediocridad (o su concepción de ella). La transparencia digital, que debería ser aliada de la buena política, se ha convertido en un arma de doble filo: lo que antes se resolvía con calma y en los pasillos del poder, hoy se ventila en tiempo real ante millones de espectadores, ávidos de escándalo y, francamente, poco interesados en la verdad, sobretodo de cara a contenido amarillista ideologizado (de lado y lado).

Por lo mismo, la figura del político respetable parece, para muchos, una especie en vía de extinción. Preocupante. Por motivos hasta humorísticos, se resaltan algunos ejemplos de diferentes políticos que han sido motivo de burla gracias a la tecnología, que ha visibilizado los mismos: el presidente Juan Manuel Santos en plena campaña a la reelección en 2014, dando lo que si fuese transcrito en los periódicos se consideraría un elocuente discurso, pero este opacado por haberse orinado en los pantalones. ¿O por qué no? Las emotivas dedicatorias del presidente Ivan Duque tras la muerte del canciller Carlos Holmes Trujillo en medio de la asfixiante pandemia del Covid-19, donde lo que debió ser un sentido homenaje resultó en un motivo de burla permanente por un pequeño lapsus que, sinceramente, le pasa a cualquiera: “Así lo viví, así lo conocí, así lo querí”. También vale la pena resaltar la apasionada intervención de la Representante a la Cámara del Pacto Histórico María Fernanda Carrascal en medio del vivo debate sobre la reforma laboral, que ella apoyaba, donde brilló su argumento sobre la explotación laboral, pues enfatizaba que “en Colombia los trabajadores trabajan más de 60 horas al día”, entre varios otros ejemplos.

La política se ha convertido en un terreno hostil, cosa que siempre ha sido, pero ahora desde lo personal y no desde lo doctrinario o desde el debate de ideas… donde el costo reputacional es altísimo y el incentivo para involucrarse en el servicio público, cada vez menor. ¿Qué político decente, realmente decente, quisiera asumir una curul sabiendo que será objeto de linchamiento digital ante el más mínimo desliz? ¿Cómo atraer a los mejores, a los más preparados, si el precio es la destrucción de su nombre y su honra en cuestión de minutos? Eso no es democracia. Sin embargo, no todo está perdido. La crisis de lo político puede, y debe ser una oportunidad para reconstruir la concepción colectiva de Colombia sobre el liderazgo, rescatar el sentido de la representatividad y exigir como sociedad una política menos histriónica y significativamente más seria. La tecnología, bien utilizada puede servir para educar, para acercar, inclusive, al gobernado con el gobernante. Pero aquello exige madurez, sentido crítico y, sobre todo, la voluntad de dejar atrás la comodidad del sarcasmo y la apatía.

“Colombia necesita volver a creer en la política, no como un espectáculo, sino como el verdadero arte noble de construir el bien común.”

De lo contrario, seguiremos condenados a la burla, al meme y a la indiferencia, mientras los verdaderos problemas del país se discuten, como siempre, en otro lado.

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Rosa Camacho
Rosa Camacho
7 days ago

Excelente artículo de un joven que la tiene clara. Y por lo mismo será coherente entre su pensamiento y su actuar.

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